TESTIMONIO: "DE LA TRISTEZA A LA ALEGRÍA"
Por Cristian Godoy C.
Soy un hombre de 28 años, casado con una maravillosa mujer, con un hermoso hijo de 2 años, y otro hermoso hijo en camino, es decir…muy feliz, ¿Qué más podría pedir?. Bueno, aunque faltan muchas cosas por venir, y cada vez mayores y más maravillosas, hubo un tiempo en que realmente no fui feliz.
Eran días felices, infancia llena de colores y de imaginación, rodeado de ternura de padres jóvenes, pero esmerados en darlo todo, y familia que me dio mucho cariño. No había nada que pedir, ni lo necesitaba, pues lo tenía antes de si quiera pensarlo. El tiempo pasaba, y llegaron los días de escuela. Llegaron al tiempo mis hermanos, ¡más feliz aún!...Hasta ahí todo bien.
Sin embargo, me tuve que relacionar con mis pares, tuve que enfrentar caracteres distintos, formas distintas, como cualquier persona, pero con ello, vinieron palabras que marcaron, y aunque no lo esperaba, tuve que vivir con eso. Lo que me faltaba, era una imagen, un espejo nítido que me mostrara tal cual era, pero estas palabras vinieron a traer sombras, oscurecieron la imagen.
El tiempo pasó, ya pre-adolescente, y las típicas peleas de niño, pasaron a ser cobardía de grupo, y mucha violencia, nunca entendí sus motivaciones, y las palabras se volvieron cada vez crueles. Sólo me quedaba buscar un refugio, a vista y paciencia de adultos supuestamente profesionales de la educación.
Con el tiempo llegó la edad en que todos buscamos el parecer del sexo opuesto, y por cierto la voz de la tristeza y la frustración, se hicieron oír. Mi torpe forma de expresarme y relacionarme, no me ayudaron mucho, al contrario, eran un motivo más para buscar un refugio, aquel lugar seguro, en el que no molestara a nadie, ni nadie me molestara a mi.
Recuerdo que mi refugio fue en el cuarto piso del colegio donde estudiaba, un lugar no muy acogedor, más bien frío, pero con una gran ventana, que me permitía contemplar sueños e imaginaciones, era un lugar donde rara vez había alguien. Este lugar tenía un altillo, una palomera, que tenía una puerta al techo del edificio.
Recuerdo que me apasionaba la música clásica y la ópera, y al tiempo me di cuenta que me hacía muy mal, pues me hice adicto a las lágrimas. Todo esto terminó en una profunda depresión, cuando realmente no vez nada, la soledad te carcome los huesos y sientes frío. Recuerdo que el fondo fue, una tarde, en que creí que ya no había más, subí a la palomera, abrí la puerta y caminé por el techo, me acerqué al borde, mirando hacia el patio del colegio, en lágrimas, nublado y confundido.
En ese momento, extrañamente sentí interiormente una voz, que me paralizó, me decía, “NUNCA HAS ESTADO SOLO”, pensé en Dios, y recordé que aunque había oído de Él, yo mismo me había alejado. No salté, y me alejé de ese lugar sobresaltado.
Pasó el tiempo, mis padres entonces, buscaron ayuda humana, terapias, psicólogo y psiquiatra. Pero la verdad ese tiempo sólo me permitió ver que existían personas, tanto o más afectadas que yo, que no era el único que necesitaba ayuda.
Llegó el tiempo de la universidad, cambio de entorno, y donde pude socializar con mayor soltura, hubo compañeros con visiones bastante similares a la mía. Busqué también a Dios, pero la verdad a mi manera, sin conocerle, y sin dejarme transformar por Él, lo veía entonces, tras un velo, una cortina, entre las sombras. Aún así en ese tiempo, supe que si había una salida, era Él. Tan sólo debía atravesar el velo.
Buscando salir de todo un sistema que por años me había oprimido, conseguí ayuda, en una iglesia local de la Comuna de El monte, lejos de donde entonces vivía, un cálido recibimiento, que reflejaba un amor que hasta entonces no conocía, reflejaron en sus vidas, una imagen de Dios que no había visto.
Al orar estos hermanos por mí, fue Dios mismo quién abrió mis ojos, se mostró a mi, y me mostró “con letras mayúsculas”, que yo nunca había estado sólo, que Dios mismo, siempre había estado en cada momento, en cada decisión, en cada peligro resguardándome, en cada uno de mis errores y sus consecuencias, en cada alegría. Dios mismo me mostró con hechos concretos, que me había creado con un especial propósito, el cual en parte al escribir en este periódico, se está haciendo tangible. Dios me mostró la imagen, del diseño que ha creado para mí, me mostró tal cual yo soy.
Dios sanó cada una de mis heridas, malos recuerdos del pasado, rencillas y rencores quedaron atrás, soy libre de cada una de las cosas que me ataban. Dios me reconcilió con mi propia familia, y si algún espacio había por llenar, lo llenó con creces, cumplió y sigue cumpliendo mis sueños, soñaba con una familia feliz, y la primera persona que Dios usó para orar por mí y que Dios me sanara, era una Pastora, quien actualmente es mi Esposa, y me ha dado dos maravillosos hijos, uno de 2 años, y otro por nacer.
Testifico que para Dios no hay imposibles, de que sin médicos ni pastillas, ÉL SANA, no sólo el cuerpo, también el alma y el corazón, rompe tus cadenas. Esa soledad, Dios la puede quitar, esa depresión, Dios se la puede llevar, porque alguien pagó para que TÚ fueras libre, y su nombre es JESUCRISTO.