UNA MIRADA AL CHILE ACTUAL: "AUN PODEMOS CONFIAR"...
Penta, Soquimich y Caval, quizás fueron los tres grandes temas que desde hace un año se tomaron la opinión pública dado a las grandes cifras de dinero que se movieron corruptamente en cada uno de estos casos. A esto les podemos sumar los casos de colusión del confort, la de las farmacias y los pollos. Creo que todo chileno está en su legítimo derecho de enfadarse. Es que es mucho. Que hasta para sonarse estemos siendo timados, o que un abuelito tenga que pagar de su jubilación quizás cuanto por un medicamento que no debería costar ni la mitad de su precio en las farmacias. Si, es demasiado. Pareciera no haber ética en asuntos de mercado.
Pero al parecer, a los chilenos nos indignaran solo los grandes casos de corrupción, pero de cierta forma hacemos vista gorda con las micro corrupciones cotidianas. Ya no nos molesta que la gente evada el pago de pasaje en las micros, o que adultos que no estudian usen pases escolares de turbulentas procedencias. Cada vez es más común ver a los ancianos parados en el metro sin que nadie les ofrezca el asiento. También parece cotidiano que las personas mientan para obtener beneficios con las fichas de protección social y que los estudiantes adulteren datos para obtener becas o créditos, como también es común ver gente que compra y/o vende artículos robados en ferias y persas. Y así podríamos seguir muchos párrafos hablando de las micro corrupciones de nuestra sociedad.
Yo me pregunto… ¿Por qué no nos indignamos con estos hechos de micro corrupción, como lo hacemos con las grandes corrupciones? Creo que muchas veces nos ponemos el traje de justiciero cuando vemos las noticias, pero al instante nos ponemos el de ladrón cuando salimos a la calle. Quizás suene duro, pero es verdad. Es tan corrupto el que se roba las hojas de oficio de la oficina en la que trabaja, que el que colude su empresa con otra del rubro. La diferencia son los montos, sin duda, y la cantidad de personas que son afectadas, pero la acción y la decisión en ambos casos es el resultado de un corazón corrupto. Si el que hoy roba hojas en su trabajo mañana fuera senador, probablemente también tendría boletas en SQM. En pocas palabras, el pecado es el mismo, la diferencia es la proporción y sus efectos. El que es infiel en lo poco, también será infiel en lo mucho.
Ahora que todos somos igual de culpables, y que por ende, ninguno puede tirar la primera piedra, creo que podemos conversar sin miedo a apedrearnos entre nosotros.
La profunda crisis de confianza en la que se ha sumergido la clase política, no debería llegar a nuestras casas, ni a nuestros barrios. Esta columna, no la escribo con el ánimo de apuntar con el dedo a todo el mundo, sino que con el ánimo de invitarte a establecer relaciones sinceras, puras y genuinas, que manifiesten el afecto y empatía por el otro, tanto en tu familia, en tu trabajo, en el bus, en el metro, en la universidad, o de quiera que vayas. Incluso si esa relación es tan pasajera como ofrecerle el asiento a una embarazada.
A veces somos tan egoístas, que no somos capaces de ver como nuestras decisiones afectan a los que nos rodean. El egoísmo nos ha vuelto duros en nuestra conciencia, y nos ha impedido generar redes sociales verdaderas. Nuestra respuesta a la sociabilización pareciera ser Facebook, Twiter, Instagram y WhatsApp… El espacio perfecto en que podemos evitar ser dañados por el otro, y en donde no necesitamos arriesgarnos. En donde nuestros regalos habituales son un “me gusta” o un emoticón. Parece que ya no es necesario regalar sonrisas en la calle, o saludar al chofer de la micro.
Hace unos días fui monitor en una performance artística, que se llevó a cabo en la plaza Brasil, en el centro de Santiago. Esta consistía en poner a un grupo de personas, qué de manera voluntaria, se unían a una mesa de desconocidos. Eran cerca de ocho mesas, con cuatro personas en cada una. Llegaron personas de todas las edades, de muchas ocupaciones diferentes, con diferentes proyectos y de diferentes lugares de Santiago incluso extranjeros. No pensé que iba a llegar tanta gente. Solo tenían que hablar durante 5 minutos con cada uno de los integrantes de la mesa. Fue impresionante. No se conocían, pero se veían tan alegres por poder conocer gente, que aun cuando terminó la performance, seguían hablando. Pensé en porqué esto no pasa habitualmente en el metro, en las salas de espera, en los espacios comunes, ni siquiera en los barrios modernos. La reacción de la gente me dio esperanza… aún sabemos confiar, solo que lo hemos olvidado. Aún somos buenas personas, que no están pensando en perjudicar al otro, ni buscan solo su propio beneficio… Todavía somos podemos ser una sociedad agradable, sana, y que en sus relaciones puede manifestar amor y confianza con los que tiene al lado.
En nosotros está el limpiarnos de toda corrupción, sea grande o pequeña, y comenzar a vivir una vida que manifieste lo mejor de cada uno con el prójimo… aún podemos confiar.