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La Voz de La Verdad

DE LA CRISIS EN SENAME, A LA OPORTUNIDAD DE DISCIPULAR NUEVAS GENERACIONES...




A lo largo de diferentes épocas, experiencias sociales e incluso personales, hemos podido entender que muchos de los procesos de cambio de un estado o situación inicial a una posterior, se encuentra gatillada por una “crisis”. Estos eventos qué de un momento a otro, toman portadas de periódicos, pueden ser abordados desde diferentes blancos, según la perspectiva de las personas, grupos involucrados. Hace tan solo unos días, el presidente de la minera más importante para Chile, sale en los medios de comunicación, sincerando una de las situaciones más difíciles por las que atraviesa nuestro país. Una crisis de ingreso fiscal proveniente del ítem más importante para el Estado de Chile. La reducción de los fondos del Estado, afecta directamente en la distribución del gasto de gobierno, reduciendo así el aporte a diferentes áreas con las que día a día convivimos como sociedad. Pero esta crisis no ha sido la única que hemos presenciado durante el último año. Protestas por un cambio en el sistema previsional, cuestionamientos a ministros de estados, son por lo menos, las noticias que hemos oído día a día, durante varios meses y el mundo de la niñez no ha estado exento de ello.


En las últimas semanas, una de las instituciones con mayor prestigio y reconocimiento del Estado, ha sido flanco de duros cuestionamientos. Hablamos del Ministerio de Justicia, pero en precisión de su ministra, la Sra. Javiera Blanco. ¿El motivo?, el escándalo de las cifras de niños fallecidos pertencientes a residencias del Servicio Nacional de Menores. Esta cruda noticia es puesta en la opinión pública, dado el caso de Lisette, una niña de tan solo 11 años que falleció en las dependencias de una de las residencias de SENAME, a causa de un paro cardiorrespiratorio, a causa de una situación de angustia provocada por el reiterado abuso sexual de su padre, razón que la llevó a ser internada en la residencia desde el año 2014.

De este duro hecho, pueden caer muchas interrogantes. ¿Quién tiene la culpa?, ¿la familia?, ¿los funcionarios de la residencia?, ¿la sociedad?, ¿el servicio? Lo más honesto sería reconocer que todos estos actores tienen parte en este crudo desenlace. Porque velar por el cuidado y protección de los niños y niñas de nuestro país es una tarea de todos, que ciertamente recae en primera instancia sobre los padres, pero que establece la obligatoriedad al Estado de Chile, de velar por el denominado “interés superior del niño” (según Convención Internacional de los Derechos de los Niños).


Días después del escándalo por las muertes de niños, al cuidado de un servicio que nace justamente para ellos, el gobierno decide acelerar el proceso de legislación dos de sus proyectos más importantes en su administración: El Servicio de Protección Especializada y el Servicio de Responsabilidad Penal Adolescente. Ambos servicios, tienen como objeto reemplazar al actual Servicio Nacional de Menores-SENAME. De esta forma dar un vuelco al paradigma que el Estado ha enfocado respecto al cuidado y protección de los niños y niñas en situación “irregular” y dar la puerta a una “nuevo trato” hacia los niños de nuestro país.


Sin embargo, la clave está en examinar si los problemas sociales se resuelven creando mayor institucionalidad. Podríamos decir, que en parte puede contribuir a mitigarlos, ya que la creación de nuevas ideas que apoyen a los niños vulnerados en sus derechos, siempre será bienvenida. Pero tampoco podemos desconocer que un problema social, como es el abuso de menores, la crisis en la familia, tiene un trasfondo que sobrepasa las buenas intenciones de un gobierno, la buena administración o creación profesional. Es necesario contar con programas de “reparación de abuso infantil”, pero también es necesario el énfasis en “la protección” y también por qué no, en la necesidad de que surjan nuevas ideas que no dependan del Estado, donde los grupos intermedios, organizados en corporaciones o fundaciones, puedan involucrarse en el bienestar de los niños chilenos. Es ahí, donde es clave la participación de la iglesia en los asuntos públicos. Si nos hemos abierto a procesos de cambio interno, de reforma personal para luego dar a otros lo que de gracia hemos recibido, ¿por qué no invertir en los niños?


No tengamos temor. Hagamos uso de las herramientas que hemos recibido, la inspiración y creatividad para sanar a nuestros niños. Porque no todo el tiempo podemos quedarnos como observadores o críticos de un sistema que lamentablemente se encuentra establecido en paradigmas, principios que carecen de justicia, integridad, honestidad y amor. Donde las consecuencias de la batalla de las “ideas”, las terminan recibiendo inocentes. Entonces tal vez, podamos hacernos cargos de muchas Lissete, niñas pero también niños, con necesidad de un hogar de restauración, de impulso, de amor.


Porque cuando hoy, al problema sin solución concreta de los niños vulnerados, se le suma una crisis fiscal, que podría amenazar con reducción de aportes para los pequeños, es necesario evaluar alternativas privadas para contribuir a sanar el problema. Porque de los niños somos responsables todos, no solo profesionales, académicos, funcionarios, políticos.


Necesitamos ciudades, espacios, comunas que sean “amigas de los niños”. Lugares seguros para ellos. Cultivar el amor, la dignidad humana, para que crezcan generaciones con mejores oportunidades. Y qué mejor, que dar de la paternidad que hemos recibido de Dios a tantos niños que hoy crecen con figuras paternas dañadas, por ciclos de vulneración de generaciones en Chile.


Los discípulos le dijeron a Jesús: “muéstranos al Padre” y él respondió, que el Padre se revelaba a través de él. Hoy, siendo en esta tierra, su iglesia, su cuerpo, que ejerce mayordomía, sigamos dando a conocer al Padre a los niños chilenos. Porqué en cada niño, hay una generación, hay una descendencia, una familia que puede ser marcada para construir un país mejor. En palabras de Darrow Miller: “Las naciones son discipuladas una persona a la vez”. Discipulemos a esta nación, en cada niño al que podamos servir.

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