¿En qué Creer?
El mundo se debate en un sin fin de conflictos, un estado norcoreano que amenaza al mundo con bombas atómicas, una guerra interminable en Siria, las potencias mundiales en continuo desacuerdo, e inesperados atentados terroristas, van dejando dolor, luto y desazón en las ciudades.
Como seres humanos buscamos siempre apartarnos de lo que nos signifique dolor o amenaza, por esta razón es tan chocante ver como hay personas decididas a matar y destruir sin ningún remordimiento, más aún si esta acción está impulsada por una creencia religiosa.
Musulmanes extremos recitan el Corán antes de inmolarse y llevarse con ellos decenas de víctimas, ellos creen que será recibidos en un paraíso islámico donde todo será mejor, en honor a su propia felicidad eterna, arrebatan la alegría de aquellos que estiman como enemigos, así mismo ocurre entre musulmanes, quienes viven en un conflicto entre chiitas y sunitas, una batalla más antigua que los conflictos actuales y el terrorismo moderno.
La religión tiene la tendencia de producir extremistas y el cristianismo no se queda atrás en esto, Europa esta históricamente bañada de la sangre de la inquisición, de las cruzadas y las posteriores batallas entre protestantes y católicos por los reinos europeos, la política y el interés propio se disfrazó de religión para sus fines expansionistas.
Esto fue declinando en la medida que estos hombres pudieron leer por sí mismo las palabras de aquel Cristo que seguían, y notaron que no solo Dios no aprobaba las matanzas, sino que su mandato y ejemplo era el amor.
Las naciones asiáticas vivieron sus propias guerras, solo que sus dioses en su mayoría eran sus mismos emperadores, venerados y defendidos a muerte, arrasando con las religiones desconocidas que no poseían dioses estelares encarnados, aun así, hoy en día los budistas e hinduistas más extremos, queman iglesias y asesinan cristianos en India sin ninguna otra razón que la diferencia de creencias.
El ateísmo postulo una teoría, erradicar las creencias religiosas para frenar las guerras, pero en nombre de esa teoría derramo sangre y muerte en cada continente, su teoría se transformó en su religión por el mundo, y de manera literal en lugares como China y corea del norte.
¿Por qué no podemos dejar de creer?, creer es parte de nuestra forma humana, como respirar o beber agua, es imposible dejar de hacerlo, creer es el motor que nos mueve y nos genera seguridad, creemos en nuestras familias y eso nos permite dormir tranquilos, creemos en los contratos y acuerdos que hacemos y eso sostiene los sistemas financieros, creemos en nuestros códigos sociales y por eso podemos mantener un orden comunitario a pesar de ser millones de personas, el caos no crece, porque creemos en donde estamos y las reglas que nos impusimos. Creer es nuestra esencia, para bien o para mal.
Lo que creemos es lo que finalmente pensamos.
El que cree en la muerte como herramienta, pensara y justificara aquello, hasta que sea parte de sí mismo y no tenga miedo a matar.
El que cree en la vida, en el poder de la esperanza, y en un mejor mañana, vivirá conforme a esa creencia hasta que el futuro deje de ser una amenaza.
Nos transformamos en aquello que creemos, porque lo veneramos y le damos devoción.
Fuimos creados para creer, pero por sobre todo para tener fe, hay una diferencia enorme entre una creencia religiosa, basada en un ritual, en una tradición o dogma y la fe.
Esta última no depende de aquellas otras cosas, la fe verdadera no fue hecha para sostener un rito, o mantener una tradición, la fe fue entregada a los hombres para que conozcan a Dios, en libertad, en esperanza.
No a un Dios lejano, sino uno conocido de manera personal, desde el corazón, como alguien que se entregó a sí mismo para reconciliarse con los hombres y que pidió solo dos cosas, “ámenme a mí, para que sean misericordiosos como yo, y amen a su prójimo como se aman a ustedes mismos”.
Tener fe en aquel que dijo, “yo soy la vida”, tener fe en aquel que dijo “no os dejare huérfanos”.
El propósito de evangelizar no es hacer más prosélitos o tener más gente para llenar las bancas de las iglesias, sino que es para que la humanidad recupere su fe, y deje de creer en aquello que lo destruye, que los enfrenta unos contra otros, predicamos para que despierten a la fe, esa que vive solo en aquellos que aman a Dios y a su prójimo como a ellos mismos.
Nunca dejaremos de creer, pero nosotros elegimos en que creemos, si logramos despertar a la fe verdadera, no correremos tras un nuevo ritual, ni buscaremos un dogma que defender a muerte, sino que comenzaremos a experimentar el amor a Dios y por consecuencia, a los que nos rodean.