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Peñaflor

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LO REALMENTE IMPORTANTE

Por María Soto A. y Sara Pavéz P.

Amados lectores, mi nombre es María. Recuerdo hace unos años encontrarme en la plaza de armas de Peñaflor, una tarde de verano calurosa, ya cuando empieza a bajar el sol y pude cobijarme a la sombra de unos árboles. Andábamos en familia y con amigos, sentados en la parte central de la plaza, mirábamos hacia la pileta, la cual, en forma de círculo, funcionaba sin bordes (es decir a nivel de piso). Veníamos de caminar, por tanto, en el relajo levanté la mirada al cielo y cerré mis ojos unos segundos. La pileta se encontraba detenida.

De pronto comienza a brotar el agua de la pileta, niños que jugaban alrededor fueron atraídos hacia el agua, entre risas y gritos, algunos se dejaron empapar por los cerca de 25 chorros delgados del borde y los cerca de cinco chorros fuertes de agua, sin embargo, me sorprendió ver a algunos adultos que estaban cerca de los niños, que entraron a jugar con ellos en medio de aquellas aguas danzando. Fue como verlo en cámara lenta, fue un instante hermoso, de algo tan simple se volvía prácticamente una escena de película. No pude contener la alegría ni la risa, después de traer tanto cansancio.

Recordé en los siguientes días aquella tarde en que nos fuimos al Parque Municipal El Trapiche, y aunque no soy de tanto salir ni caminar debido a mi dolor de rodillas, fue hermoso compartir en familia. Fuimos hacia el fondo del parque, y entre los árboles nos estacionamos para almorzar unos sándwiches y tomar un té. Mis nietos dejaron los videojuegos del celular por unos instantes, y comenzaron a correr jugando a la pinta, entre risas y gritos. Luego nos sentamos sobre una manta en el pasto, y aunque sentía un poco a lo lejos las risas de mis nietos, no dejaba de agradecer la quietud, comenzó a correr el viento, y la brisa acariciaba a los sauces que sonaban como agua, junto a otros árboles movidos en sus ramas, entre ellos eucaliptos, las aves salían de las ramas en su trinar.

Recordé que había olvidado esa quietud, entre tanto que hacer, tantos a quienes ver, un ritmo que seguir, agradecía tanto a Dios por este lugar y por ese soplo entre los árboles. Después de tantos años, comencé a poner atención a esos detalles, muchas veces expresado en cosas simples, pero que nos permiten volver a lo importante.

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Mi nombre es Sara, y en mi búsqueda personal recordé cada vez que he estado en Peñaflor, ya sea en sus calles, comercios, plazas, en el sector Pelvín, o en el Parque Municipal El Trapiche. Al relacionar la historia de esta comuna, recordé el tiempo en el que trabajé en distintas empresas agrícolas en el área de selección y empaque de frutas. Fue un tiempo duro, donde se trabaja mucho de pie, en alta presión, y dicha la verdad, no vale la pena sacrificar aún la salud por tan poco. No estoy diciendo con esto que sea malo trabajar, sino que uno por sobrevivir puede transar su esencia y valor.

Siempre es bueno cada cierto tiempo evaluarse, examinar el recorrido que uno lleva. Miro esta comuna, y veo este territorio llamado en un momento “Tierra de Piedra” (Curamapu), y veo lo que fueron aquellas grandes casonas de adineradas familias, quienes, viendo la belleza de sus paisajes, eligieron este lugar para vivir o como lugar de veraneo. Así también el pasado industrial que desde 1939 transformó literalmente Peñaflor, entre otras cosas con el movimiento demográfico más grande de Chile, debido a la instalación de la empresa Bata y sus cooperativas derivadas.

Veo los comercios, y a mi entender un equivocado concepto de desarrollo, que como en muchos lugares transa lo importante y con ello vende su esencia al deseo de sobrevivir.

Esto lo escribo porque en medio de todo esto, permanecen tal como las piedras (aludiendo al nombre Curamapu), las hermosas arboledas que dan sombra en los caminos al atardecer, la impactante belleza de los humedales que uno sólo puede contemplar en un silencio solemne, el verdor que se observa desde los cerros, el erizar de la piel ante el trinar de las aves y el sonido del agua. Permanecen, a pesar de los movimientos del territorio.

Ni el mover de los nativos a un reducto por parte de los españoles en la conquista, ni la vorágine industrial del siglo XX, ni el expandir urbano, han podido quitar a este lugar su esencia. Puedes decidir vivir para el afán de sobrevivir y pensar que eso es desarrollo, o puedes volver a escuchar en tu interior la voz de quién te está llamando a recordar tu esencia y volver a Él, porque la creación (naturaleza) que está a tu alrededor sigue esperando a que te unas a su canto, a que busques las riquezas en tu interior y desarrolles la grandeza y creatividad que hay en ti, no para generar dinero y sobrevivir, sino para resplandecer, desarrollar y crear lo que viene para Peñaflor.

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